lunes, 27 de octubre de 2008

Una Dama a su Espejo

Ha dicho que me ama! Luego llamó a mis cabellos
hilos de seda, donde Cupido tensa su arco;
a mi mejilla, una rosa que cae sobre la nieve fresca;
y juró solemne, que mi cuello era la desesperación
de Psique, la envidia de Venus.

El Tiempo y el cuidado
desvanecerán estas ternuras.
El Dios Alegre, lo sé,
no usa cuerdas en su arco.
Cómo podría hacerlo, cuando yo, decrépita,
suplique por un beso en la mejilla?
La helada nieve de mi piel se derretirá,
La rosa que cae morirá,
y sobre su tumba cetrina yacerán
las huellas profundas de la vida,
y las garras del descarnado cuervo.

Cuando este altivo cuello se desgarre,
cuando su tersura se pierda en infinitos pliegues,
como una fruta madura expulsada del árbol,
o como un cansado y abandonado acordeón,
cuya última melodía ha exhalado...
el Amor... también se volverá helado?

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